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Dictadura Dura: Por Luis Villegas Montes

Fecha/hora de publicación: 18 de marzo de 2019 23:39:47

Hace casi 30 años, corría el año de 1990, Octavio Paz organizó un encuentro denominado: "La experiencia de la libertad". En él ocurrió algo memorable por imprevisto; el tema, se suponía, debía girar sobre Europa del Este, pero el escritor Mario Vargas Llosa afirmó categórico: "Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas".

Sin respiro, el novelista se siguió de corrido: "México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México"; "México es la dictadura camuflada... tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible"; "concede espacio para la crítica en la medida en que esa crítica le sirve"; "suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia"; y remató: "Una dictadura además, que ha creado una retórica que la justifica, una retórica de izquierda, y que para desarrollarla, a lo largo de su historia reclutó muy eficientemente a los intelectuales, a la inteligencia".

Deslumbrado —tal vez tomado por sorpresa (al igual que el anfitrión, quien no esperaba esa retahíla)— Enrique Krauze respondería agradeciéndole al Premio Nobel su "intervención valiente" y haciendo uso de una jitanjáfora sobre la "dictablanda" mexicana. Ipso facto, Paz tomó la palabra para intentar una sesuda rectificación que, como todas en esas circunstancias, se perdió en el eco rumboso de lo afirmado por el novelista y el historiador.

Recuerdo el incidente por dos cosas: la verdad que encierran esas palabras y su incómoda vigencia, su actualidad recalcitrante.

En efecto, el PRI fue un sistema hegemónico (Paz) el cual —haciendo uso de la licencia del artista y sin quitarle un ápice a la verdad— puede describirse como "la dictadura perfecta" o una "dictablanda", porque partía de premisa de un partido encarnado en un hombre, que concedía espacio para la crítica en la medida en que le fuera útil, suprimía por todos los medios aquella que de algún modo pusiera en riesgo su permanencia, se apoyaba en una retórica de izquierda justificadora de cualquier exabrupto y que reclutó intelectuales "a modo".

Con MORENA en el poder —y con Andrés Manuel a la cabeza— asistimos al espectáculo de un Partido con idénticas aspiraciones y mañas; baste recordar, por su inmediatez, el asunto de la denuncia que presentará el Gobierno Lopezobradorista en contra de los productores de la serie Populismo en América.

Con este gesto, la libertad de expresión en México se pone en jaque; no existe argumento jurídico, político ni ético, que la justifique; máxime que se apoya en una visión completamente auténtica: "Los líderes populistas suelen presentarse como redentores de los humildes, enfrentado a las élites políticas y económicas que supuestamente no ven lo que el pueblo pide o necesita, pero ¿qué ocurre cuando este líder redentor proviene del partido privilegiado, al cual perteneció durante años, y que ahora pretende aniquilar?"; así empieza el capítulo que se le dedica a AMLO en la serie. No hay una sola sílaba que no sea cierta; sin embargo, pese a la evidencia abrumadora, al hecho y al dato históricos, el Gobierno va con todo a enfrentar a quienes osan difundir una visión u opinión que no coinciden con las suyas.

¿Intelectuales cooptados? Baste recordar los nombres —otrora emblemáticos, actualmente en el estercolero de la reflexión crítica— de Paco Ignacio Taibo II o de Elena Poniatowska.

A las mentiras repetidas hasta el hartazgo, los proyectos megalómanos, las decisiones económicas fallidas, las consultas selectivas, la imposición de amigos y allegados, debemos sumar ahora la persecución sistemática de quienes no piensan como él. Sin los frenos y contrapesos de una estructura partidista consolidada, López Obrador se encuentra desatado: ése es el signo de la Cuarta Transformación: una dictadura dura.

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